El telediario me roba vida, adereza cada comida con un regusto amargo de desesperada incredulidad, de impotencia ante la historia repitiéndose en todo su marchito esplendor.
Las colas de personas que avanzan penosas nos lleva de vuelta a otro tiempo que pensábamos olvidado, o demasiado lejos para que nos afectara en nuestro mundo de cristal. Caras que podrían ser las de nuestros vecinos, que podrían ser las nuestras, nos devuelven una mirada vacía desde la caja tonta en cada informativo. Niños llorando, sucios, en medio de la nada. Mayores en la calle, perdidos.
Se repite el mantra de todas las catástrofes, mujeres y niños primero, ancianos también. Se suceden las despedidas, padres que se tienen que arrancar del pecho a sus hijos; hijos que tienen que soltarse de sus madres demasiado pronto para portar un pedazo de metal mortífero, que non saben ni por donde agarrar; abuelos demasiado mayores que se niegan a serlo, que tienen más vida y valentía que años por delante.
Personas que luchan, personas que huyen, personas que viven, personas que son asesinadas. El ser humano llevando a cada una nueva purga contra sí mismo. Propaganda vieja que vuelve a estar de moda, consignas de antes que sirven de nuevo, pero al revés, con el mismo propósito: acabar con la vida de un pueblo.
Cafés para el alma de Andrea Rodríguez Naveira está sujeto a Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Gracias por compartir esta reflexión. De repente descubrimos que aún hay tiranos. Un abrazo.
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Tan de repente que vemos que en realidad nunca se habían ido… abrazo de vuelta!
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