Resuena el afilador en el barrio, con el silbido característico de siempre, del de antes, de cuando los cuchillos se afilaban de verdad y no se cambiaban por otros cuando ya no cortan. La profesión se ha modernizado, ya no va en bicicleta ni silba arrancando la fuerza de sus pulmones, ahora se ayuda de una bici eléctrica que hace las delicias de las cuestas, y una grabación en repeat se hace escuchar por él a lo largo y ancho de las callejuelas, mezclándose en ocasiones con los anuncios de ventas al por mayor que hacen ruta también por los barrios, congeniando en una extraña cacofonía que resuena por los patios interiores, alarmando la media mañana de los que están en casa.
Lo que no ha cambiado es el perfil de profesional, un señor tirando a mayor atento a las ventanas de las vecinas, a ver por dónde se asoman las señoras, en qué bloque tendrá más éxito; atento a cual es la mejor esquina, esa que le posiciona con buena visión y a la vez bien visible desde la acera y desde las alturas de los edificios.
Son pocas las que bajan presurosas en bata de casa o embutidas en uno de esos mandiles a cuadros estilo bata también, que a cierta edad las señoras comienzan a llevar. Algún señor con boina y periódico matutino se acerca, pidiendo que no se mueva, que sube a por un par de navajas y baja enseguida. Pero el negocio de verdad está en los modernos de ahora. Así es como les gusta llamarles, esos que visten un poco como antes, pero a la vez tan diferente, que son tan fans de lo «vintage» y de reciclar, siempre hay alguno dispuesto a sacar relumbre a sus cuchillos.
Si le vieran ciertos compañeros de profesión negarían con fuerza con la cabeza, pero igual que sus riñones dan gracias por la bicicleta eléctrica, su cartera está de lo más encantada con estos nuevos clientes…
La vida de barrio, tan distinta y parecida a la de no hace tanto.
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