Hace tiempo que perdí la esperanza en mí, que ya nada de lo que pienso o siento está bien. Quise comerme el mundo y sin enterarme, fue él quien se me comió, masticó y vomitó.
Todavía estoy en el suelo, con la cabeza a mil como si acabara de salir del tambor de la lavadora después de un centrifugado infinito. Sigo sin saber dónde me he perdido para lograr encontrarme. Sigo acompañada, pero sintiendo más que nunca el abandono de los que ya no están, acusando infinitamente la propia ausencia de mí.
Pero la cuestión es que sigo aquí, vomitada, apaleada y desesperada, pero todavía en pie.
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