El mundo es un lugar radioactivo, lleno de trampas mortales listas para exterminar a los colonizadores que le están destruyendo de dentro a fuera. O quizás debería serlo.
En el Apocalipsis de nuestra época, mientras los colonos nos hallamos encerrados observando desde detrás del visillo, buscando una oportunidad para hacer el mal, reviviendo sentimientos colaboracionistas propios de otras épocas, acusando sin ton ni son, dejándonos llevar por el pánico y por el odio hacia los que son diferentes, o los que se ven parecido pero no igual a lo que el espejo nos muestra; mientras todo eso pasa, el mundo al otro lado del cristal florece, respira y se despereza, se descontractura del sometimiento al que lo teníamos sujeto. Ya no vibra, ni tiembla con angustia. Las otras formas de vida toman el control temerosos del día en que nos liberen del confinamiento, cuando con botas militares destruyamos el pequeño atisbo de recuperación.
Nuestra forma de vida es un problema y nos negamos a admitirlo. Arruinamos a nuestro paso todo lo que tocamos y ni siquiera somos capaces de notarlo, de dar un paso al frente y cambiar. Decimos con la boca llena que somos humanos, que la nuestra es la mejor manera. Repetimos con desprecio: “no seas un animal”, cuando ellos no llevarían a cabo muchas de las más repugnantes acciones que nos aderezan cada día las comidas y las cenas durante el noticiario diario.
La liberación será paulatina, poco a poco volveremos a invadir los caminos, los mares y los cielos, echando sin contemplaciones a sus otros habitantes. Ojalá la tan mentada nueva normalidad tenga poco que ver con la anterior.
Colaboración con Letras y Poesía, ver aquí
Imagen de Joshua Woroniecki en Pixabay
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Ojalá!!!! 😓
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