Los vio venir por el camino, con los escudos arrastrando por tierra y las espadas flojas en el cinto. Sus ojos no querían creer lo evidente: que habían perdido la batalla y estaba viendo cómo las tropas derrotadas regresaban a casa.
Los hombres retornaban vacilantes y taciturnos al castillo, esperando el destino que les tendría preparado su señora, pues habían salvado por poco la vida, pero quién sabía si la iban a conservar.
Ella los observaba en la distancia desde los altos ventanucos que cubrían los gruesos muros de su fortaleza. Afuera apenas comenzaba la primavera, los árboles desnudos se balanceaban fuerte con los embates del viento, generando una sensación desoladora en el ambiente. Se hace evidente que todavía es pronto para las campañas armadas, mucho menos para estar retornando ya de una finalizada.
Pero lo había predicho el oráculo que nunca le había fallado hasta la fecha, incluso el día que ignorándolo permitió la entrada de aquel demonio en su casa,por lo que aunque dudosa, finalmente había ordenado la incursión contra su antiguo pretendiente: no iba a consentir que volviera a excederse en los límites de sus predios, ni de su propia persona como antaño.
Sabía que ahora le tocaba hacer lo impensable, pero no podía parecer débil y debía demostrar que los fracasos tenían que pagarse, y sería ella misma la mano ejecutora del castigo. Descendió con paso firme y ligero la escalinata que separaba el portón de su hogar del patio de armas, sus capitanes la esperaban en formación, dispuestos a ofrecer sus explicaciones sobre la derrota sufrida. Llegó a la altura del general de sus tropas y echó mano de la daga de su cinto sin mediar palabra alguna y dirigiéndose al primero de los capitanes, mientras le miraba a los ojos dibujó un tajo tan rápido como mortal en su garganta. Procedió de la misma manera con el resto sin miramientos, ignorando la sangre que la salpicaba tras cada ejecución.
— Explica tú al resto de soldados las consecuencias de regresar con una derrota a casa. Seguro que lo entienden tan bien como a mí los capitanes. Nunca más daremos un paso atrás frente a ese violador.