El tren avanza lento y con andar inseguro por las anticuadas vías gallegas, resiguiendo el curso del río Miño hasta la costa.
El azul del cielo y del agua se mezcla con el verde de la naturaleza reinante del entorno, los árboles con el cielo y viceversa. Hay tramos en los que si te asomas lo suficiente al cristal casi tocas con la nariz el agua, tan cerca que está la vía del azul, sin nada por medio.
Con los ojos cerrados y medio dormida, escucho los susurros maravillados de otros pasajeros y sin poder evitarlo sonrío, orgullosa de que mi cotidianidad sea tan increíble para otras personas.
Aunque lo mejor está todavía por llegar, cuando tras dos horas de traqueteo constante al bajar del vagón te recibe el olor del mar y lo salado del ambiente en los labios: el olor a casa. Un olor que todos conocemos, aunque huela diferente para cada uno, la realidad es que tiene el mismo regusto a anhelo para todos.
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