Todo es peor cuando lleva la coletilla “de hospital”: comida de hospital, luces de hospital, café de hospital… Dicen que son lugares de pena y mal agüero, que sabes de qué manera entras, pero no como vas a salir.
Julia no está muy segura de que todo esto sea verdad. De lo único que estaba segura cuando traspasó el umbral del hospital era de su familia, una diferente que todavía se estaba formando, pero era la suya, la que ella siempre había deseado. Sabía también como iban a ser los próximos meses de su vida: duros e interminables, pero llenos de felicidad e ilusión. También conocía el cuerpo que duerme todas las noches al otro lado de la cama, pero ahora ya no está segura de nada; no sabe ni conoce nada de cómo van a ser los próximos días.
La espera es angustiosa y el minutero del reloj de pared avanza a trompicones, tan pronto no ha pasado un minuto como han pasado diez, pero a ella no le importa, continúa con la mirada disoluta y acuosa resiguiendo los bordes de las baldosas que conforman el suelo. Hasta que por fin la voz de la enfermera resuena en las anodinas paredes de la sala de espera anunciándole que todo ha sido un susto, que es una niña y que están esperándola para que vaya a conocerla.
Julia sigue sin saber nada de como va a ser su vida a partir de ahora, pero lo que sí sabe es que por fin está completa y que cuando la dicha es buena, ni el café de hospital sabe tan mal.
Cafés para el alma de Andrea Rodríguez Naveira está sujeto a Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Una buena noticia tan esperada, borra los peores momentos en un instante. Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Sin duda 😘💜
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me ha gustado mucho como lo has desarrollado. Y como en un instante todo puede cambiar.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias!
Nunca se sabe que encontraremos al doblar el siguiente recodo…
Un abrazo
Me gustaLe gusta a 2 personas