Recuerdos infantiles

Me acuerdo que estábamos a finales de agosto, en la recta final de las vacaciones de verano, pero yo seguía en las mismas que la primera semana en casa de la abuela: escondida entre los árboles frutales de la huerta de detrás de casa devorando libro tras libro. Los libros era lo único que variaba en realidad.

Mi piel seguía siendo de un blanco nuclear igual que cuando llegué de la ciudad, total, el sol no llegaba a filtrarse del todo entre las hojas de mis árboles. Pese al empeño de la abuela que como todos los años trataba de evitar que la miopía ganase otra dioptría, pasaba las horas entre las páginas de decenas de libros arropada por el silencio de mi alrededor…

Espera… ¿Silencio?

Quienes dicen que en las aldeas el silencio es abrumador es porque no conocen demasiado los sonidos reales que te rodean cuando te sientas a escuchar. En mis lecturas se colaban fragmentos de todo tipo: sierras eléctricas que siempre encuentran algo que cortar, estemos a 40º o bajo cero, alguna gallina que decide que es hora de poner un huevo y te lo hace saber cacareo en grito, perros que se indignan porque alguien se digna a pasar por delante de la cancela que custodian, nietas que llaman a voces a sus abuelas porque no saben en que finca están trabajando y ya es hora de comer…

Ahora no obviemos las «silenciosas» y frescas noches del campo gallego: en cuanto cae la noche los grillos comienzan un concierto que dura y dura hasta la madrugada, con intervenciones estelares de alguna lechuza incluso y de nuevo los perros tienen también su parcela todavía más furiosos que por el día. La verdad es que la noche está plagada de sonidos poco identificables derivados de una repentina ráfaga de viento solitaria, de un zorro escabulléndose de un gallinero… ¡Y no nos olvidemos que a las cinco de la mañana los gallos tocan diana!

La tranquilidad que proporciona todo esto en conjunto solo es comparable con el rumor de las olas del mar… Pensar que mi infancia me ha regalado una banda sonora semejante no me puede hacer sentir más afortunada.

P. d.: sin olvidarnos de algún ruidoso día de lluvia que siempre hay, al fin y al cabo estamos hablando de Galicia.

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Cafés para el alma de Andrea Rodríguez Naveira está sujeto a Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

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