Hacía un tiempo que no escribía para hablar sin más, para dar mi opinión sobre algo, pero después de volver de vacaciones siento más que nunca la necesidad de, café en mano, quejarme del género humano en una de sus facetas más bajas.
El caso es que he estado una semana de vacaciones en Barcelona, llegué el lunes siguiente a cuando todo pasó. No voy a mentir y decir que no se me pasó por la cabeza anularlo todo y no ir, pero a pesar del miedo era más importante que nunca hacer el viaje.
Como no podía ser de otro modo, la visita a las Ramblas era más que imperativa. Y allí fue donde mi indignación comenzó a fermentarse, desde el primer recuerdo hasta el último.
Las rosas, peluches, notas, velas… se acumulan en los distintos puntos donde se apagaron las luces que ahora brillan con fuerza en el cielo. Todos los visitantes nos paramos ante los improvisados altares. Es impensable no hacerlo. Impensable, como ponerse a hacer fotos de los recordatorios, o todavía peor, sacar el palo selfie y perpetuar esa cultura horrible que fomenta el morbo de la búsqueda de la foto perfecta, la necesidad de cuantos más likes mejor.
No puedo describir la sensación de estar allí de pie, con la realidad del horror golpeándote de frente y la estupidez e insensibilidad de muchos apabullándote a la vez. Esa no es manera de recodar a nadie, víctima o no.
Yo escojo recordar la sensación de unidad y desafío contra los que no tienen respeto por la vida humana ni por la libertad. Yo escojo la Rambla llena de luz y de color.
Y te encuentro toda la razón, desde el alma.
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Es innegable, pero la gente no se da cuenta…😔
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Tienes toda la razón del mundo. Besos a tu corazón.
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😘😘
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