Las noches de agosto en las ciudades de interior suelen consistir en interminables horas de rodar sobre el colchón húmedo de sudor. Por eso, mis noches veraniegas suelen discurrir conmigo acodado en el alféizar de la ventana, pasando el cigarro a medias de una mano a otra, calada tras calada.
Las noches en las que después del segundo pitillo todavía no ha aparecido comienzo a inquietarme: casi nunca llega tarde a nuestra no-cita. Esperando a que su silueta se recorte en el vano de enfrente, pienso como en realidad lo único que nos une son estos momentos a oscuras alumbrados por la farola de luz titilante que cuelga entre nuestras respectivas ventanas. Mientras que no distingo los pliegues de su camisola tres tallas mayor que ella, recuerdo las primeras sonrisas que intercambiamos, escondidas las caras entre el humo de la penúltima calada, siempre la penúltima.
Y ahí está por fin, auténtica y despreocupada, liberada de las ataduras del sujetador y de la prisión de las medias obligadas para trabajar.
Libre por fin.
— Siento el retraso, ¿echamos el penúltimo?— pregunta con la sonrisa iluminada por el mechero.
Siempre el penúltimo…
Cafés para el alma de Andrea Rodríguez Naveira está sujeto a Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Es una situación original, urbana y muy bien descrita, no requieren ni más ni menos para combatir el agobiante calor. Un amigo en la ventana de enfrente para combatir el insomnio. Un beso.
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Un rito
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😊
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