Texto publicado en una de mis colaboraciones para Letras & Poesía, para quien se lo haya perdido.
Ella luce clara y fría, como una tarde de otoño a finales de verano llena de bruma. Ya se le han agotado las palabras, los hechos y los perdones. Hace tiempo que blande cada última palabra cual sibilina estocada, deseando pegar en el centro mismo de la debilidad de quien fue su todo.
Su pétreo rostro de mármol permite adivinar la trágica verdad: que está muerta por dentro, que ya ni sufre ni padece, ni siente alegría o gozo. No es de extrañar pues junto las cicatrices que recubren su cuerpo como finas telas de araña envejecidas por el paso de los años, su alma se halla remendada con tremendos costurones, indispuesta totalmente para sentir piedad por nadie más que sí misma.
Así pues, cada mañana se mira al espejo y deja de reconocerse un poco más. Hubo un tiempo en el que tuvo que luchar fuerte para dejar de verse como la víctima que fue, como una más entre las noticias matinales del telediario en materia de violencia de género, una lucha solitaria que la arrastró por el fango de la depresión y la crueldad de la desesperación. Hoy eso ha terminado, pero la batalla no ha hecho más que comenzar: no sabe cuándo se lo propuso, ni cuando comenzó a llevarla a cabo, pero la venganza está ahora en su mano. Venganza que le proporcionará un cierre que la injusta justicia no supo procurarle, destrozando su vida de nuevo.
Mirándose todavía en el espejo como todas las mañanas, alcanza por fin la máxima de las venganzas: decidir volver a la vida y tratar de ser feliz, aunque se trate de un largo y tortuoso camino.
Cafés para el alma de Andrea Rodríguez Naveira está sujeto a Licencia Creative Commons
Un gran retrato, esa es la mejor decisión. Un beso.
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Y debería ser la única…
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