Te conozco mejor que nadie. Sé lo que hay en tu interior, como funcionas y sobre todo como sientes.
Puedo adivinarte en un movimiento de cejas o en esa arruga que se forma en tu nariz, porque puede que me hayas echado, que ya no me quieras ahí, a tu lado, como siempre he estado, pero sigo sabiendo quien eres en realidad.
Y eres esa que no descansa, que se come la vida a bocados casi sin degustar porque ya está pensando en la siguiente cosa, en el próximo movimiento. Porque sé qué peso arrastras tras de ti, esa sombra que a veces asoma agazapada tras el iris de tus ojos de gata.
Sigo sabiendo todas esas cosas, pero en realidad ya no sé nada. Te quisiste demasiado, las ambiciones te arrojaron a un pozo de frialdad y soledad del que ya es tarde para trepar.
Desde el principio prometí que volvería por ti, me lo juré a mi mismo cada noche que pasaba lejos de ti: volveré a ella como el mar vuelve a la tierra. Solo un inconveniente; en mi caso ya no queda tierra a la que volver.
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Preciosa historia! Me has hecho reflexionar… Un abrazo, Andrea!
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Eso no siempre es bueno,espero que en esta ocasión sí lo sea 😊
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Sí, lo es! Es algo profundo, no siempre ocurre con lo que leemos. Son pocas las ocasiones en que leo una entrada y algo se me remueve por dentro.
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Me alegro de que haya sido así con ese texto. Muchas gracias por estar ahí siempre Lidia! Un beso enorme😘
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Que terrible descripción Andrea, sí no hay un lugar dónde volver, sólo queda caminar. Un beso.
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Y a poder ser sin mirar atrás! 💪
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