Meigas II

Las reuniones a la luz de la lumbre fueron sustituidas por un discreto bar alumbrado suavemente al calor del café amargo, pues la vida merece ser celebrada con la llegada de la luna nueva cada mes.

Como sacerdotisas secretas de aquel reino perdido hoy entre la espesa niebla del mar y obligadas por los votos jurados en honor a la Diosa, a la madre tierra veneramos cada noche en la soledad de la vigilia que nos imponemos en este mundo que nos ha tocado vivir.

Ocultas tras vidas terrenales que nada tienen que ver con las enseñanzas antiguas de la luna y el fuego, procuramos cumplir con lo prometido en nuestro papel de canalizadoras de energía. Siempre protegidas por el anonimato de la mansedumbre aparente, que nos recubre cual capa invisible ocultando el furioso poder que todavía vive.

Pero no es día de reivindicaciones inútiles, sino de conciliábulos malignos entre chismorreos de niñatas, o marujas. Depende del ojo observador.

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