En la semana de la moda de las decepciones, los pañuelos de papel se acumulan a mi alrededor cercándome como ese muro de contención emocional que tanto me cuesta derribar.
De las relaciones humanas nadie es capaz de salir indemne. Los sentimientos y las emociones que estamos programados para sentir son demasiado devastadoras para nuestro débil cableado emocional. Y es que cualquier pequeño drama puede sobrecargar todo el sistema y dejarnos fuera de servicio mucho más tiempo del que ninguno estamos dispuestos a reconocer.
Son pocas las relaciones recuperables tras la decepción. La sensación de indiferencia cobra una importancia mayúscula en el carnaval que es la vida, pues las máscaras tras las que nos escondemos se vuelven más elaboradas tras cada desilusión.
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